Daniel de Luis
Jefe del Servicio del Clínico de Valladolid
Centro de Investigación de Endocrinología y Nutrición
La miel es un alimento muy valorado desde la antigüedad. En la cultura egipcia y griega, se referían a la miel como un producto sagrado, llegando a ser moneda de cambio para pa- gar impuestos.
Existen múltiples variedades de miel, teniendo en cuenta la flor de la que es obtenido el néctar por las abejas y de la climatología de la zona en la que habitan. De esta forma, se podrían clasificar las siguientes variedades en: miel monofloral, multifloral, de la sierra, del desierto, miel de mielada, miel de rocío o miel de bosque.
Sus propiedades nutricionales son muy interesantes para incluirla en nuestra dieta. Su aporte calórico se sitúa alrededor de 300 calorías por 100 gramos a expensas de los hidratos de carbono, aportando muy pocas proteínas y nada de grasa. El contenido en minerales es interesante, siendo los más abundantes el cobre, hierro, magnesio, manganeso, zinc, fósforo y potasio. Dentro de las vitaminas destacan el complejo B, vitamina C, D y E. Otros componentes nutricionales que le confieren propiedades terapéuticas son los ácidos orgánicos (ácido acético, ácido cítrico) y antioxidantes (flavonoides y fenólicos).
Además de las posibilidades gastronómicas, en la antigüedad se utilizaba la miel para aplicarla sobre la piel debido a sus propiedades antimicrobianas y antisépticas, ayudando a la cicatrización y prevención de infecciones en heridas o quemaduras superficiales. Esta propiedad se debe a la elevada concentración de azúcar que posee. Debido a ello, destruye físicamente a las bacterias por lisis osmótica (produce una hinchazón de esos gérmenes con agua que es atraída por los azucares y destruyendo a la bacteria).
Por tanto, la miel, presenta excepcionales propiedades nutritivas con un aporte de minerales, vitaminas y antioxidantes.