Daniel de Luis
Jefe del Servicio del Clínico de Valladolid
Centro de Investigación de Endocrinología y Nutrición
El pato se consume desde la antigüedad. Encontramos las primeras referencias escritas en el libro ‘De re coquinaria’, de Marco Gavio Apicio. Este gastrónomo y escritor romano del siglo I d. C. abordó las diversas elaboraciones que se podían hacer con esta carne. El pato lo clasificamos dentro de la categoría de las carnes magras blancas.
Utilizamos el termino magro para la carne animal compuesta casi en su totalidad por músculos. Por esta razón, su contenido en grasa es muy bajo y su porcentaje de proteínas elevados. El aporte de energía se sitúa en torno a 200 calorías por 100 gramos, con más de 20 gramos de proteínas y tan solo 14 gramos de grasas. En esta línea cabe destacar que la grasa predominante es la monoinsaturada (cardiosaludables), con un aporte reducido de colesterol (75 mg por 100). No obstante, podemos encontrar algunas variaciones en la composición nutricional en función de la pieza de pato, por ejemplo, las pechugas o magret, presentan más proteínas y menos grasa. Sin embargo, los muslos, son más grasos. Al ser una carne blanca, aporta vitaminas muy interesantes, destacan las del grupo B, como la tiamina B1, piridoxina B6, ácido fólico B9 y cobalamina B12. También contiene cantidades interesantes de vitaminas liposolubles como las vitaminas A, D y E, así como vitaminas antioxidantes, como la C. La carne de pato aporta hierro hemo de fácil absorción, calcio, zinc, potasio, magnesio, fósforo, cobre y selenio, buenos para mantener el buen funcionamiento del cuerpo y garantizar la formación de los huesos y la regulación del ritmo cardiaco. Por tanto, podemos resumir que con la carne de pato estamos ante un alimento rico en proteínas, hierro y vitaminas, con un aporte calórico medio.