Daniel de Luis
Jefe del Servicio del Clínico de Valladolid
Centro de Investigación de Endocrinología y Nutrición
El kiwi (Actinidia deliciosa) ha extendido su consumo por todo el planeta gracias a su sabor y valor nutricional. Ha llegado desde Nueva Zelanda para quedarse. Realmente el kiwi tiene su origen en los bosques del río Changjiang, al noreste de China.
Desde el punto de vista nutricional, tiene un importante contenido en agua, casi el 85%, con un aporte bajo de calorías (50 calorías por 100 gramos), apenas 10 gramos de hidratos de carbono y 10 gramos de azúcares (glucosa, fructosa o xilitol), siendo estos macronutrientes su principal constituyente. El aporte de proteínas es mínimo, entorno a un gramo por 100 gramos y el de grasas casi nulo, solo de 0,5 gramos por 100 gramos. Es curioso pero sus semillas son fuente de ácidos grasos omega 3, buenos para nuestro corazón. Es muy importante el aporte de fibra, alcanzando casi los dos gramos por 100. Esta fibra se distribuye, la mitad en forma de fibra soluble, que regula los niveles de colesterol, triglicéridos y azúcar en la sangre, y la otra mitad de insoluble que previene el estreñimiento. Con respecto a los minerales, el que predomina es el potasio 290 mg por 100 gramos, y en menor cantidad fósforo, magnesio y calcio. Dentro de las vitaminas, la de mayor presencia es la vitamina C (60 mg por 100 gramos, como las fresas), hasta representar la toma de 100 gramos de kiwi, el 100% de las necesidades diarias de vitamina C. Esta vitamina es un potente antioxidante y ayuda a la formación de colágeno. Otras vitaminas con un contenido interesante son los carotenos y la vitamina E, que intervienen en procesos antioxidantes. El kiwi es un postre recomendable tras una comida copiosa porque contiene actinidina, que ayuda a digerir las proteínas, lo que evita la pesadez y la formación de gases. Por tanto, es una fruta con elevado potencial antioxidante, rico en fibra soluble e insoluble, y que ha venido desde las antípodas para quedarse en nuestra dieta.