Daniel de Luis
Jefe del Servicio del Clínico de Valladolid
Centro de Investigación de Endocrinología y Nutrición
La remolacha, en realidad la ‘raíz de la remolacha’ (Beta vulgaris), es el tallo bajo tierra de esta planta originaria de Europa. En la prehistoria se consumían sus hojas –no olvidemos que pertenece a la misma familia que las espinacas y las acelgas–, y posteriormente, se comenzó a tomar la parte subterránea.
Fue su pulpa densa y cargada de azúcares lo que inició su consumo. Nutricionalmente, su contenido en agua es alto, alcanzando casi el 90%, con un aporte de hidratos de carbono de casi 13 gramos por 100, de los cuales la mitad son azúcares; en menor cantidad aporta proteínas (1,3 gramos), y las grasas y el colesterol son nulos. Esto hace que su aporte calórico sea bajo, apenas 30 calorías por 100 gramos. Es rica en fibra, lo cual genera que su consumo produzca un hábito intestinal regular. Desde el punto de vista dietético, además de su aporte en azúcares, es interesante la aportación en minerales y vitaminas. Dentro de los primeros destaca el potasio, como en la mayoría de los vegetales, con un aporte interesante de fósforo y magnesio. También aportan en menor medida hierro y yodo. Con respecto a las vitaminas, es importante el contenido de ácido fólico, de interés para la mujer embarazada y que puede contribuir a la tercera parte de las necesidades diarias. Así como la presencia de vitamina C, que puede representar la octava parte de las necesidades diarias. También aportan en menor cantidad vitamina B1, B2 y B3. Es interesante también la presencia de algún flavonoide con importante actividad anticancerígena como la betacianina, que le confiere también el color rojizo a la remolacha. Este potente antioxidante también ayuda a proteger nuestras arterias de la agresión de moléculas de colesterol malo oxidadas. La remolacha también es fuente de nitratos que nuestro organismo convierte en nitritos, disminuyendo los niveles de tensión arterial al producir óxido nítrico.