Daniel de Luis
Jefe del Servicio del Clínico de Valladolid
Centro de Investigación de Endocrinología y Nutrición
El origen de esta hortaliza se remonta a la India, a partir de la especie salvaje ‘Lactuca serriola’. Su cultivo comenzó hace 2.500 años y rápidamente se extendió en la dieta habitual.
Como curiosidad los romanos tenían la costumbre de consumirla antes de acostarse después de una cena abundante para así poder conciliar mejor el sueño. En nuestra cesta de alimentos de hoy en día podemos incorporar múltiples variedades: lechuga Batavia, ‘butter-head’ o mantecosa, iceberg, de hoja de roble, Lollo rosso, romana o española y un largo etcétera. Desde el punto de vista nutricional, la lechuga como buena hortaliza es un alimento que aporta muy pocas calorías (menos de 15 por 100 gramos) debido a su elevado contenido en agua (95%), su bajo aporte en hidratos de carbono (menos de 1,5 por 100 gramos), de proteínas (menos de 1,5 gramos) y, sobre todo, de grasas (menos de 0,5 gramos). Las verdaderas propiedades nutricionales de este alimento se aportan a través de los micronutrientes, destacando la presencia de folatos (34 ug por 100 gramos), provitamina A o Betacaroteno, así como vitaminas C y E. El aporte de vitaminas puede variar en función del tipo de lechuga, por ejemplo la lechuga romana es la variedad más rica en vitaminas, mientras que la lechuga iceberg es la que menor cantidad de vitamina C presenta. Las hojas más externas de la lechuga concentran la mayor parte de vitaminas y minerales. En cuanto a los minerales, la lechuga destaca por la presencia de potasio (240 mg por 100 gramos). También contiene magnesio, fósforo y calcio, aunque en menor proporción. Para finalizar y para explicar la costumbre que tenían los antiguos romanos de tomar lechuga antes de dormir, comentaremos que la lechuga presenta entre sus componentes lactucina, una sustancia sedante emparentada con los derivados opiáceos de ahí su efecto sedante. Además, es un alimento bajo en calorías y rico en vitaminas antioxidantes y folatos.